viernes, 8 de abril de 2011

De la importancia del reseñista

La producción literaria no coincide con la brevedad de la vida humana. Una vida no alcanza para leer la producción actual de literatura norteamericana, o europea, o latinoamericana. Y si alguien se plantea estar informado sobre el presente, en detrimento de los monumentos clásicos, y divide así un número hipotético de libros sobre el número de horas hipotéticas que dispondrá para la lectura mientras esté vivo, seguramente tendrá un ataque súbito de desidia. Tal vez sea aquí cuando el papel del reseñista, la masa de reseñistas, empieza a adquirir sentido. Mientras la producción editorial crece y crece a extremos insólitos, los reseñistas se van convirtiendo en el único filtro para decidirse a qué leer o despreciar. En ese sentido el reseñista es un semidiós (se arriesga en mil lides mientras lo liquida su parte mortal). Pero ojo, reseñistas, no se excedan, a veces hay que recordar el apotegma de Lichtemberg: Dios mío, impídeme hacer un libro sobre otros libros.

Bhor en Hermano Cerdo.

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