martes, 8 de marzo de 2011

Dharma para uno

Meditaciones sobre poesía y decandencia
Alejandro Rozado

(...)Y llegado a este punto de mis reflexiones, vale la pena responder con mayor claridad a las críticas de fatalismo hechas a La noche de la civilización. Afirmar que la cultura occidental ha llegado a sus postrimerías no significa ser negativo, del mismo modo que aceptar la vejez de un ser vivo no quiere decir que quien así lo aprecie sea un filósofo pesimista (aunque tampoco habría nada de malo en ello). Asimismo, el hecho de que un enfermo esté en la fase terminal de su vida no convierte al médico que lo diagnostique en un despreciable pusilánime; por el contrario, semejante realismo es el punto de partida para auxiliar a los familiares del paciente en una serie de tareas que les procuren calidad de vida y estatura moral ante el doloroso trance que todos están por recorrer. Si el moribundo goza aún de lucidez mental, deberá de aprovechar la oportunidad que su circunstancia le permita para hacer un balance de su vida, superar viejas y nuevas ofensas personales, resolver asuntos que estén aún pendientes, y despedirse de sus seres queridos, procurando en esto último elevarse por encima de su pena y dar ejemplo de entereza y valor, pues sabe lo importante que es la lección final, el último repaso de la mirada con que se cierra el círculo de una larga vida. Nadie podría negar que todo este proceso de despedida de cara a la muerte carezca de sentido, pues se trata ni más ni menos que del sentido por los últimos momentos del vivir, del ir muriendo poco a poco.

Fragmento. Encuentra el texto íntegro en: http://www.almargen.net/4-08s-dp1.html

lunes, 7 de marzo de 2011

Felicidad

"No hay, según Hartmann, más que tres formas de dicha posible para la humanidad, tres maneras de comprenderla y de realizarla. De nada servirá excitar y torturar la imaginación para inventar alguna felicidad inédita; esta ansiada felicidad entrará en los cuadros trazados de antemano, y esta ya es una prueba evidente de la pobreza de nuestra facultad de sentir y de la esterilidad de la vida. O bien se pretende poder conseguir la felicidad en el mundo tal como es, en la vida actual e individual, sea por el libre ejercicio de los sentidos, la riqueza y la variedad de las sensaciones, sea por el desarrollo de las altas facultades del espíritu, el pensamiento, la ciencia, el arte y las nobles emociones que de él resultan, sea por la actividad heroica, el gusto de la acción, la pasión del poder y de la gloria. O bien se aplaza la idea de la felicidad, se la considera realizable para el individuo en una vida trascendente después de la muerte; es la esperanza en que se precipita la mayoría de los que sufren, los pobres, los despreciados del mundo, los desheredados de la vida; es el asilo abierto por las religiones y particularmente por el cristianismo a las miserias irremediables y a los dolores sin consuelo. O bien, en fin, abandonando el mas allá trascendental, se concibe un más allá terrestre, un mundo mejor que el mundo actual, que cada generación prepara sobre la tierra por sus trabajos y sus fatigas. Se hace el sacrificio de la felicidad individual para asegurar la llegada de ese nuevo ideal, se eleva uno al olvido de sí mismo, a la conciencia y a la voluntad colectivas, se goza con la idea de esa dicha por la cual se trabaja y que otros disfrutarán, lo desea uno así para sus descendientes, y se embriaga uno con esa idea y con los sacrificios que reclama. Este noble sueño de la dicha de la humanidad futura sobre la tierra por los descubrimientos de las ciencias, por las aplicaciones de la industria, por las reformas políticas y sociales, es la filosofía del progreso, que en algunos espíritus entusiastas se convierte en una religión. Esas son las tres teorías de la felicidad en que se ha agotado la imaginación de la humanidad: son «los tres grados de la ilusión humana», sucesivamente recorridos por las generaciones que se sustituyen sobre la escena del mundo y que, cambiando de fe sin cambiar de decepción, no hacen más que agitarse en un círculo de inevitable error, con su absurda creencia en la felicidad.

Hartmann se equivoca al pensar que esos tres estados de la ilusión se suceden. Son simultáneos, coexisten en la vida de la humanidad; no ha habido ningún tiempo en que no hayan estado representados; son tres razas eternas del espíritu, y no tres edades históricas. A la hora en que escribo, ¿no hay en la amplia variedad de las sociedades contemporáneas optimistas del tiempo presente, optimistas de la vida futura, optimistas de la edad de oro que el progreso hará renacer sobre la tierra? Además, esos diversos estados los recorre a veces un hombre mismo en su vida; cualquiera de nosotros ha podido perseguir sucesivamente la imagen de la felicidad en el sueño de la vida actual, en la vida futura, en el porvenir de la humanidad. En fin, el orden de sucesión y de desarrollo que marca Hartmann no es un orden riguroso: cada hombre puede recorrer esas diversas etapas en un orden diferente, hasta en un orden inverso. No es raro ver que un espíritu, después de haber atravesado las ilusiones de la felicidad terrestre y las del progreso indefinido, se detenga y repose en la fe de lo invisible y de lo divino; y tampoco es imposible que esta evolución se verifique con un orden contrario, empiece por las más nobles aspiraciones de la religión y acabe por la indolencia epicúrea."

Tomado de: El Pesimismo en el Siglo XIX. Leopardi, Schopenhauer, Hartmann por E. Caro de la Academia Francesa

viernes, 4 de marzo de 2011

Lujoso luto

Habitamos un mismo desamparo,
somos trazos chuecos en un patrón tan regular como el hartazgo.
Nos movemos hacia el mismo sol que nos lastima: la luz final, anaranjada, decadente;
nuestro aún el astro, pero ya desde ayer privatizado.

No hay esperanza en la consigna,
no hay imaginación que trascienda la apariencia,
o nos dedicamos a luchar por causas perdidas, por derechos parciales de índole indigna
(no de dioses: de simples perros famélicos, hambreados y quizá falaces)
o tomamos a las palabras de los huevos y vomitamos nuestra apasionada inquina.

Todo se ha ido a la mierda. Vistámonos de etiqueta.

La noche de la civilización

Tesis por una decadencia con sentido histórico

4
La cultura occidental se ha realizado históricamente. Su espíritu colmó todas las áreas de la vida humana. Desarrolló una visión del mundo, una ciencia correspondiente, una organización económica, social y política que ha culminado en la existencia real y legal del individuo y sus prerrogativas (derechos individuales, respeto a la ley, libre mercado, democracia política, progreso técnico...). Al mismo tiempo, ha comenzado un proceso irreversible de deterioro de estos mismos logros; el individuo va perdiendo su subjetividad y entregando su alma y vitalidad a los grandes aparatos del totalitarismo democrático: la burocracia política, las grandes corporaciones internacionales del dinero, la ubicuidad del crimen organizado, y la ubicuidad aun mayor de los medios masivos de comunicación. Al grado tal de que hay zonas completas del planeta en que literalmente no queda viva un alma: sólo deambulan por calles y edificios gente chupada de su savia creativa y espiritual.

5
Los grupos de individuos descontentos –por numerosos que sean- concentrados en organizaciones no gubernamentales o partidos políticos de izquierda y ecologistas, reflejan ya esa falta de subjetividad. Sus luchas, honestas y bien intencionadas en su mayoría, terminan por degradar la vida pública y privada tanto como las empresas de la destrucción. Acaban por tomar medidas espectaculares y de escándalo que sólo revelan su desesperación. Por más que la protesta cívica se ufane de creatividad, los manifestantes desnudos, los crucificados, los que untan mierda en el rostro del pequeño funcionario, la quema de efigies y banderas, los bloqueos y enfrentamientos callejeros, etc., más que una pluralidad viva, denotan una triste subordinación al gesto publicitario, la nota que da fama efímera como única manera de sentirse vivos: “Me ven, luego existo”. Las organizaciones de la llamada “sociedad civil” han dejado de ser sujetos.

6
Los únicos aún dotados de esa fuerza subjetiva son los seres poéticos, verdaderos herederos de los motivos más genuinos de sobrevivencia. Los demás luchadores sucumbirán en meros empeños contestatarios y su esfuerzo será inútil históricamente. Por supuesto que, si de ganar se trata, la estirpe de los poetas está igualmente perdida: el fin de Occidente es el sello de nuestros tiempos y no es posible salvarlo. ¿Construir los embriones de un mundo nuevo? Eso no nos compete ahora. La noche de la civilización será larga, durará todavía algunos siglos. Lo que nazca ulteriormente –si es que nace- dependerá de circunstancias ajenas a nosotros e impredecibles. Sólo la praxis poética puede amacizar la subjetividad histórica del individuo. Porque la poesía verdaderamente significativa es incorruptible. Lo supieron desde siempre los románticos, los malditos y los surrealistas. Decaídas las grandes religiones y aplastados los voluntaristas proyectos de transformación socialista, la poesía es la única dimensión sagrada que le queda al ser humano, pero no para salvarse –insistimos, no hay escapatoria-, sino para dar sentido histórico a la vida contemporánea.

Fragmento de un manifiesto publicado por Alejandro Rozado un poco antes del atentado del 11 de septiembre de 2001. A partir de ahora se transformará en la columna vertebral de la dirección ideológica de este blog.

Aquí el texto completo: http://www.almargen.net/4-06-dp1.htm