somos trazos chuecos en un patrón tan regular como el hartazgo.
Nos movemos hacia el mismo sol que nos lastima: la luz final, anaranjada, decadente;
nuestro aún el astro, pero ya desde ayer privatizado.
No hay esperanza en la consigna,
no hay imaginación que trascienda la apariencia,
o nos dedicamos a luchar por causas perdidas, por derechos parciales de índole indigna
(no de dioses: de simples perros famélicos, hambreados y quizá falaces)
o tomamos a las palabras de los huevos y vomitamos nuestra apasionada inquina.
Todo se ha ido a la mierda. Vistámonos de etiqueta.
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